Por: Dra. Elena Baixauli – España
¡No puedes verme, pero siempre estoy a tu lado!
¡No puedes escucharme, pero siempre estoy aquí!
¡No importa lo que diga o lo que haga, nunca es bastante!
¡Cuánto más me acerco, más te alejas!
¡Cuánto más brillo, más me apagas!
¡Soy grande y me haces sentir pequeña!
¡Dentro o fuera!
¡Amor, odio!
¡Yo soy invisible!
Las mujeres muchas veces somos invisibles a los ojos de los demás, cuánto más bondadosas o amorosas, más invisibles somos.
A lo largo de nuestra historia hemos aprendido a ser invisibles, a creer que la opinión de los otros es siempre más valiosa que la nuestra.
Las mujeres directivas no salen en las fotos y son muchas las que tienen méritos suficientes para estar en primera página, pero su humildad les hace siempre sentarse en la última fila.
Clarissa Pínkola en su libro “Mujeres que corren con Lobos” nos recuerda el cuento de Barba Azul, en una doble dimensión, por una parte, podemos encontrar en esta vida a una pareja Barba Azul o ser nosotras nuestro propio enemigo.
Muchas veces no somos conscientes de que nosotras mismas nos hacemos invisibles, si desde pequeñas no hemos aprendido a luchar por nuestros sueños, a creer que somos personas capaces de conseguir cualquier cosa, si no sabemos mantener conversaciones bonitas con nosotras mismas. Se nos ha educado desde la bondad y la humildad, desde el complacer a los demás y desde el cuidado del otro. Hablar positivamente de nosotras es considerado como egoísmo personal y al ser bondadosas y amorosas, el individualismo o egoísmo, se aleja mucho de nuestra manera de ser, por lo que provoca sentimientos de culpabilidad. Es una cuestión de valores éticos y morales.
Pero como dice la cantante Rozalén “no es egoísmo es pensar en uno mismo”, es creer que tenemos los mismos derechos que los demás. Nosotras defendemos nuestro derecho a la igualdad, pero internamente hacemos lo contrario, creyendo que no es tan importante lo que hacemos, que es lo normal, o lo que todo el mundo espera de nosotras.
No sólo defendemos la lucha contra los estereotipos de género, tenemos que cambiar también los roles de género porque no somos conscientes que abarcamos más de lo que podemos, que no delegamos funciones y de cómo nos hablamos “para que lo haga mal, ya lo hago yo”, “mi marido me ayuda”, “se porta muy bien conmigo”, “me saca a pasear”.
Y es entonces, cuando aparece otro de nuestros grandes enemigos, “el debería”, sin olvidar que equivale a un “no tengo derecho”. Nos sobrecargamos de tareas, llegamos agotadas al trabajo, la casa, los hijos, mis padres o mi pareja, siempre con la sensación de falta de tiempo, de no aprovechar el momento, de no tener tiempo para nosotras y de no sentirnos satisfechas con lo que hacemos, en una búsqueda incansable de perfeccionismo.
En la película de Barbie, se exponen las creencias que aprendemos desde pequeñas y cómo nos acompañaban durante toda nuestra vida. Creencias y presiones sociales, familiares y culturales que hacen que el grado de exigencia sobre nosotras sea muy alto y venga acompañado siempre de la necesidad del “tengo que” o “debería” y del “no puedo o no me lo puedo permitir”.
Pero realmente todos tenemos los mismos derechos, por lo que nosotras debemos de aprender a desprendernos de las obligaciones y empezar a permitirnos ser terriblemente imperfectas, a ser nosotras, únicas y por tanto diferentes. Si aprendemos a compararnos con nosotras mismas, no somos ni más ni menos, simplemente somos.
Se trata de aprender a “permitirse”, me permito descansar, dormir, comer bien, tener tiempo para hacer actividades que nos gustan, para salir con las personas que queremos y para disfrutar de la vida, me permito ser simplemente ser “yo”.
El autocuidado también es aprender a decir que no a actividades o a personas que tratan de manipularnos para hacernos sentir mal y conseguir sus propósitos. Poner límites a los demás es tarea fundamental, desde nuestra propia aceptación y apreciación sabemos que no todo el mundo es bueno para nosotras, que existe la bondad en el mundo, pero también existe la maldad.
En el cuento de Barba Azul, podemos comprender que existen personas que lejos de poder vernos, nos hacen sentirnos invisibles. El Barba Azul es una persona que se aprovecha de la bondad de las mujeres para poder ejercer su dominio. Suele ser una persona manipuladora, que utiliza el engaño y la mentira para deslumbrar a la mujer y más tarde mostrar su auténtica personalidad. La mujer enamorada de él y creyendo que es realmente una buena persona, termina por justificar sus actos, muchas veces al no entender y comprender cómo es Barba Azul, “a lo mejor no es tan azul”, pero la verdad es que sí lo es.
Ser nuestra propia Barba Azul nos puede llevar a encontrar personas que también lo son y contribuyen a nuestra invisibilidad.
Se trata de aprender a “mirar al otro”, no “verlo”. La vista es un sentido y todos vemos lo mismo, una cara, un cuerpo, la ropa, entre muchas cosas. Mirar es escuchar al corazón, como dice Antoine de Saint-Exupéry “lo esencial es invisible a los ojos del corazón”, es apreciar la belleza interna de la persona, es conectar desde el alma.
Es “escuchar” no “oír”, oír es fácil no retenemos muchas veces lo que la persona dice, se nos olvida o nos quedamos con lo que queremos escuchar. Pero escuchar es un término más amplio, en el que se engloba también la capacidad de ponerse en el lugar del otro, comprender lo que dice, entender lo que siente y en ocasiones, sentir lo que los demás sienten.
Mirar y escuchar, es amar desde la aceptación incondicional, es hacer visible lo invisible.
Yo soy visible, me permito ser y existir, me permito ser yo misma en cada momento, ser terriblemente imperfecta, cometer errores y aprender de los mismos, caer y levantarme tantas veces como sea necesario, luchar por mis sueños, caer al vacío sin red, estar mal y permanecer en el suelo el tiempo que sea necesario hasta que me pueda levantar. Me permito decir no a las personas y cosas que no me ayudan a sentirme bien conmigo misma, me permito rodearme de personas que son luz y me ayudan a brillar. Me permito ocupar el puesto de trabajo y estudiar aquello por lo que me siento capaz.
¡Me permito ser visible!
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