Los cuentos que nos han contado

Los estereotipos que nos han marcado

Por: Dra. Elena Baixauli

¡Nos han contado muchos cuentos!

Desde pequeñas hemos aprendido los cuentos que nos han contado y los transmitimos de generación en generación.

Aprendemos a ser patitos feos, a creer que no encajamos en la sociedad, a sentir el rechazo de los demás, si vestimos diferentes, actuamos distinto, somos más bajitas, más altas, más delgadas, más llenitas, más atractivas o menos. El ser diferente del resto, nos convierte en objeto de burla, ataque, humillación o acoso. Y aquí empieza nuestra lucha por ser como los demás desean, por intentar agradar a los demás, por miedo al rechazo. Intentamos ser princesas, atractivas, elegantes, respetuosas, cultas e inteligentes, intentando agradar y complacer al resto de las personas, para que nadie tenga nada que decir, pasar desapercibidas y no ser el centro de atención.

Es a partir de ese momento, cuando comienza nuestra búsqueda del perfeccionismo, no permitiéndonos ningún error. Trabajando y estudiando al mismo tiempo, preocupadas por la casa y por los niños, llegando al agotamiento físico y mental, por demostrar al mundo e incluso a nosotras mismas, de todo lo que somos capaces de hacer, intentamos llegar a todo y pasamos la mayor parte de nuestro tiempo dedicándonos a los demás.

Pero no somos patitos feos, somos cisnes, hemos nacido en una familia de patos, una sociedad que no entiende que ser cisne, es ser bello y noble, que no es su aspecto lo verdaderamente importante, si no su luz interior.

Por eso las mujeres nos sentimos solas muchas veces, pues nos sentimos incomprendidas y rechazadas por nuestras diferencias, lejos de amar nuestras cualidades, somos atacadas por las mismas que nos hacen ser, seres extraordinarios.

Nos han contado, que somos madres y por tanto cuidadoras de los demás, estamos para nuestras parejas, para nuestros hijos, para nuestros padres y nuestros nietos. Tratamos de proteger y salvar a los demás, sin ser conscientes, que las personas no cambian y lejos de ayudarles, nos acabamos ahogando.

Las mujeres somos lobas, como explica Clarissa Pínkola en su libro “Mujeres que corren con Lobos”, somos el líder de la manada, porque les protegemos, les proporcionamos comida, cobijo y afecto, sin esa protección la manada desaparecería. Por ello, somos mujeres salvajes.

Somos Hadas pues hacemos magia con nuestros besos, curando las heridas de los niños y de los no tan niños. Somos Brujas, pues en nosotras reside toda la sabiduría que nuestros antepasados han depositado. Somos Ángeles, pues de nosotras salen palabras bondadosas, de esas que acarician el alma. Somos dragones, pues nuestro corazón es fuerte y valiente. Somos Lobas, pues nos mueve el coraje y la valentía, aún cuando las fuerzas nos flaquean. Somos Mariposas, pues con el tiempo hemos aprendido a volar y a luchar por nuestros sueños.

Nos han contado, que debemos ser altas y delgadas, sin importar nuestras raíces, nuestros orígenes y las generaciones anteriores que nos honran.

Nos han contado, que si pensamos en nosotras somos egoístas y como dice la cantante Rozalén, nos llaman mala madre, mala hija o mala mujer, si no hacemos lo que se espera de nosotras. Y no es egoísmo en pensar en nosotras mismas.

Nos han contado, que estar con alguien es siempre mejor, que estar solo no es bueno, que nosotras no estamos completas sin una pareja. Nacimos de una costilla, hechas de barro, buscando siempre la media naranja, alguien que nos complemente, incapaces de hacer cosas solas, nos enseñaron a ir al baño en pareja, a estar siempre con amigas, a estar con los padres, con los hijos, los nietos, no nos enseñaron a estar solas y a creer que podíamos hacer cosas sin ayuda de los demás. Y terminamos compartiendo la vida con personas que nos quieren, pero no nos aman, que buscan más una madre que una persona a la que amar en su grandeza, compartimos la vida con personas que nos hacen sentir pequeñas. Y lo peor es, que creemos que no nos merecemos a nadie mejor.

Nos han contado, que si estamos solas es porque estamos locas, somos intensas o poco atractivas, que se nos pasa el arroz y que si no tenemos hijos no podemos realizarnos como personas.

Nadie nos dijo que podemos estar bien solas, que no necesitamos a nadie y que existen muchas maneras de sentirse realizada.

Nos han contado que debemos renunciar a muchas cosas en la vida, que lo más importante es que todo el mundo sea feliz.

Pero nadie nos contó, que nosotras hemos nacido para ser grandes, para volar, para ser libres y expresar nuestra sabiduría de generación en generación a través de las artes, de la música, el baile, la escritura, la pintura, los oficios, los telares, lo que hacemos con las manos, con las palabras cuando contamos cuentos. Nadie nos dijo que pasaba “entre el beso de amor verdadero y el comieron felices”.

 

Y a ellos les contaron otros cuentos, les dijeron que eran fuertes y valientes, que mostrar emociones era un signo de debilidad, “los niños no lloran”, les dijeron que no podían quejarse, sintieran lo que sintieran. Les explicaron que tenían que ser masculinos, viriles y empezaron a rechazar todo lo que les parecía femenino.

Les dijeron que tenían que ser el “cabeza de familia”, que estaban para trabajar y traer la economía a la casa, que no podían caer enfermos, pues todo dependía de ellos. Les dijeron que tenían que ser padres para seguir el linaje. Les dijeron que “sólo el fuerte sobrevive” y entendieron mal la teoría de Darwin, ya que hablaba de fortaleza mental “aquellos que tienen mayor capacidad de adaptación al cambio” y aprendieron a utilizar la violencia para poder ser un líder.

Y al hombre bueno, lo llamaron débil de carácter, pues no imponía sus creencias a los demás.

 

Pero nadie les contó, que los hombres son Magos, pues tienen el poder de hacer reír a las mujeres, de sujetar su corazón, de escuchar sus lágrimas y ofrecer sus brazos.

Qué pueden estar solos y buscar el modo de encontrarse, para estar mejor con ellos mismos.

 

Nadie nos contó que hombres y mujeres, somos únicos, que nadie es igual a nosotros, que debemos aprender a amar nuestras diferencias, que el amor debe de ser incondicional, que primero hemos de aprender a amarnos a nosotros mismos, antes de enamorarnos de los demás.

 

Nadie nos dijo, que cuando estamos bien con nosotros mismos, siendo mujeres y hombres salvajes, permitiéndonos ser siempre nosotros mismos, sin renunciar a aquello que nos hace sentir felices, podremos estar bien con los demás. Y como dice la filosofía Andino-Amazónica del “Buen Vivir”, desde nuestro amor propio, amaremos a las personas, los animales, las plantas y a la naturaleza en su totalidad, amaremos al planeta, a la Pachamama, Madre Tierra, que tiene nombre de Mujer, aprenderemos a amar a las mujeres.

 

¡Qué no te cuenten tantos cuentos!