Colombia, la violencia machista mata

Él dice: no fue mi culpa, "Ella se lo busco".

Diana Melissa Jiménez Dueñas
Defensora Derechos de la Mujer

El Observatorio Colombiano de Feminicidios contabilizó 525 casos de feminicidio a lo largo y ancho de la geografía nacional en el 2023, y al 20 de febrero del 2024 ya la cifra en el nuevo año iba en 28, siendo esta situación un hecho que ya no podemos seguir titulando como lamentable, sino que debemos comprender como vergonzosa e inhumana. Sin embargo, lo que más preocupa es que ya existe un marco jurídico, compuesto por leyes como la que hace homenaje a una de las victimas de feminicidio más reconocidas de la historia de Colombia (Rosa Elvira Cely), pero que desafortunadamente no ha logrado que los indicadores disminuyan sino todo lo contrario.

Es por esto que, en muchas ocasiones, podemos pensar que lo que ocurre en Colombia con respecto al tema de los feminicidios tiene que ver con una patología, que hace que el varón de nuestra sociedad se sienta con la capacidad de acabar con la existencia de una mujer, porque sí o porque no, como quien decide tomarse un café en una tarde soleada o prefiere no hacerlo. No obstante, desde luego, es injusto y absurdo pensar que todos los hombres colombianos están codificados para matar a una mujer, pero lo que sí debemos preguntarnos es: ¿Por qué tantos llegan a asesinarnos a nosotras y por qué deciden hacerlo?

El castigo social, elemento fundamental para que una sociedad avance en contra de una práctica dañina para su desarrollo integral, en Colombia parece no existir. Es común escuchar a hombres y mujeres justificando la violencia contra la mujer, e incluso los más atrevidos se encargan de “defender” a los feminicidas, argumentando que la culpable del asesinato fue la propia víctima. “Ella se lo buscó”, es una frase que con frecuencia escuchamos cuando un hombre agrede a una mujer, y que implica un alto grado de complicidad, de mezquindad y de falta de razón, porque es inviable y criminal creer que una mujer quiera ser agredida por un varón.

Además, millones de mujeres victimas de violencia de género no creen en el aparato judicial, porque sienten que, aunque existan leyes que, en teoría, castigarán con severidad al agresor, eso en la práctica no se cumple. Como consecuencia de esto, desafortunadamente, los potenciales feminicidas siguen libres en las calles y en contacto directo con nuestras mujeres que, en la mayoría de los casos, no tienen el olfato para identificar el comportamiento propio de un tipo que, tarde o temprano, puede terminar apangado los ojos de una o de varias de nosotras.

Una verdadera apuesta de transformación, sin lugar a dudas, es la educación. Necesitamos que nuestros niños entiendan que no deben atacar a las mujeres, y que nuestras niñas no acepten ni normalicen la violencia contra ellas. Pero es necesario que dicho proceso educativo se dé en los colegios, los hogares y la sociedad en general, pues de nada sirve que en el colegio se hable de respeto a la mujer, mientras en el hogar la violencia de género se puede palpar a diario. Resulta fundamental, también, que entre nosotras hagamos pedagogía para que en efecto se concreten las denuncias y se dé con el paradero de los agresores. Hay que confiar en el Estado, por más de que en muchas ocasiones sintamos que el mismo nos da la espalda. El rol de los medios de comunicación resulta predominante para que, desde ellos, el mensaje no se quede solo en la primicia de la noticia, sino que también sean estos los que convoquen a la ciudadanía a repudiar las agresiones contra la mujer, en lugar de legitimar la violencia con un silencio cómplice o una investigación enfocada en el morbo y no con fundamento en la sed de justicia.

Las políticas públicas, sustentadas en la prevención de la violencia de género, deben ser una prioridad para el poder legislativo y ejecutivo, pues la implementación de estas en definitiva es lo que hará que algún día podamos pasar esta página tan dolorosa para la mujer colombiana, donde miles han muerto esperando una protección por parte de la fuerza pública o, simplemente, ser escuchadas por la Fiscalía. Alzar la voz, en este momento de la historia nacional, se hace indispensable. Continuemos dando la batalla, para que nuestras hijas y nietas no tengan que vivir con miedo, pensando que algún día las pueden matar por el simple hecho de haber nacido siendo mujeres.
¡Juntas podremos lograr un país donde brille la equidad de género!